http://photos1.blogger.com/blogger/7442/2375/1600/blog1.0.jpg(otra portada) El Sur Global: 4 dic 2011

domingo, diciembre 04, 2011

De presbítero a finquero: una historia de Ixtacomitán

La historia de Mariano Mejía, de presbítero a finquero

La siguiente historia se ubica en la primera mitad del siglo XIX en el departamento de Pichucalco, concretamente en los municipios de Ixtacomitán y Solosuchiapa, ambos pueblos zoques rodeados por las montañas del norte de Chiapas y caudalosos ríos que van a dar a Tabasco, en el Golfo de México.

A partir de Tapilula hasta Pichucalco, el paisaje verde de las montañas y el clima sofocante del trópico puede apreciarse y sentirse en todo el trayecto. Las inclinadas pendientes y los arroyos hicieron difícil el caminar de humanos y bestias de cargas de Tabasco hacia San Cristóbal y Tuxtla Gutiérrez hasta mediados del siglo XX. Eran caminos inhóspitos e intransitables para el comercio.

Los habitantes de estos pueblos, mayormente zoques, eran utilizados por los hacendados como bestias de cargas para el comercio con Tabasco, Ciudad Real, Tehuantepec y Veracruz. Los finqueros se ocupaban de sus haciendas de cacao ubicadas en las márgenes del rio Ixtacomitán hasta la Ribera del Blanquillo en Pichucalco.

Algunas de las haciendas como “Nuestra Señora del Rosario” y “La Concepción” en Ixtacomitán aun permanecían en manos de la Iglesia quien las administraba desde Ciudad Real, para sostener a un colegio de niñas.

Ese parece ser el ambiente que prevalecía en la región cuando el actor principal de nuestra historia irrumpió en los pueblos del norte de Chiapas, hacia 1848.

La selva de la Zacualpa.

Expulsado de España, Mariano Mejía un sacerdote católico encontró en las tierras frías de Comitán el lugar idóneo para continuar con su oficio sacerdotal en la parroquia local.

Ahí, su vida se habría de cruzar con la de Juana María Zepeda, una viuda joven adinerada, a quienes sus padres prohibían visitar cualquier otro lugar que no fuera la iglesia, tras haber sostenido una relación sentimental con un oficial militar, del cual nació su primer hijo, Amado Everardo Zepeda.

Mariano Mejía, según cuenta uno de sus descendientes, “se fascinó con la viuda y fue correspondido, de modo que, el presbítero colgó los hábitos y juntos huyeron hacia la selva. Se establecieron cerca de un río, Arroyo la Sierva [Río La Sierra[, donde levantaron una finca, previa y lógica ayuda y explotación de indígenas.”[1]

A la finca la llamaron Santa Fe La Zacualpa, edificada en medio de la selva de Solosuchiapa, entre el camino que conduce a Ixhuatán por el sur, y por el norte rumbo a Ixtacomitán e Ixtapangajoya. Frente a la hacienda, dos montañas dominaban el paisaje tropical. A la postre, el lugar sería un emporio minero en la región.

Tan pronto llegó a la zona, el cura Mariano Mejía se encargó de ofrecer las misas en la parroquia de la Santísima Trinidad de Ixtacomitán, distante a unos 30 kilómetros de la finca, donde inició amistad con los principales hacendados de la región como las familias Pastrana, Contreras y Vera, tanto que, el hijo de Juana María Cepeda, Amado Everardo habría de emparentarse con la familia Pastrana.

Pese a ser un cura católico, Mariano Mejía y Juan María procrearon en la finca La Zacualpa a sus hijos Manuel Heraclio, Rafael, Enrique, Margarita y Luz, todos de apellido Zepeda, y no Mejía, como debió ser. En el pueblo de Ixtacomitán era un secreto a voces que, el presbítero vivía en la parroquia, mientras, Juana María lo hacía en la finca Santa Fe La Zacualpa.

“Cuando faltaba el dinero, Juana María le confeccionaba sotanas a Mariano y éste iba a los pueblos a pedir limosna. De una de aquellas correrías trajo a la finca un telescopio y El Clavecin bien temperado[2]

No obstante su condición de padre de familia, Mariano Mejía pudo ganarse el afecto de casi toda la región de Ixtacomitán como sacerdote. Muestra de ello, ocurrió en noviembre de 1852, cuando don Clemente España, avecindado del pueblo, ordenó fundir una campana en honor a Mejía, que hicieron colgar en el campanario de la iglesia. La campana aun permanece aun en la torre principal de la parroquia de la Santísima Trinidad de Ixtacomitán.[3]

Los años de Mejía en la región fueron turbulentos, pues, con las leyes expedidas durante la Reforma, a partir de 1854 con la promulgación del Plan de Ayutla que desencadenó en la Guerra de la Reforma, se trastocó la vida de la iglesia y de los párrocos, particularmente con los bienes eclesiásticos y la expulsión de los jerarcas católicos.

Mariano Mejía, como era de esperarse, se inclinó por defender la actuación de la iglesia, particularmente la del Obispo de San Cristóbal Carlos María Colina y Rubio quien se oponía a la nacionalización de los bienes eclesiásticos y al gobierno de Chiapas.

La actividad política en la región de Mariano Mejía se habría hecho notar tras la promulgación de la Constitución de 1857 que afectaba los bienes de la iglesia, por lo que, pronto mostró su animadversión hacia el Presidente Juárez y al grupo de liberales que gobernaban la entidad como Angel Albino Corzo.

Mientras el conflicto crecía con la Iglesia por la promulgación de las Leyes de la Reforma, la detención de las autoridades católicas en Chiapas parecían desencadenar en la expulsión de los sacerdotes y obispos, entre ellos, Carlos María Colina y Rubio y el propio Mariano Mejía.

El mismo Presidente Juárez, instalado en Veracruz, ordenó la detención de los líderes católicos de Chiapas, según una carta remitida al Gobernador Angel Albino Corzo el 13 de octubre de 1859.

“Al Obispo [se refiere a Colina y Rubio] debe V. mandarlo prender y remitirlo para este puerto [de Veracruz], por la vía de Tabasco, lo mismo que a los demás cabecillas y frailes revoltosos pues no es bueno mandarlos a Centroamerica….Obre V. dictando cuantas medidas demanden las circunstancias en el concepto de que se aprobará cuanto V. hiciere..Q.B.S.M Benito Juárez”[4]

El Obispo Carlos María Colina y Rubio fue detenido y expulsado a Guatemala, pero la suerte y el destino de Mariano Mejía fue distinta. En febrero de 1860 fue apresado por órdenes del Gobernador de Chiapas.

El 21 de febrero de ese año, el capitán de las guardias nacionales de Pichucalco, Feliciano Zapata, por órdenes del comandante militar de Chiapas, don Angel Albino Corzo, capturó en Ixtacomitán al presbítero Mariano Mejía para trasladarlo a Veracruz, vía Tehuantepec Oaxaca y Minatitlán.

Cuando era trasladado de Tehuatepec hacia Veracruz, el presbítero Mariano Mejía intentó fugarse pero fue asesinado a tiros por la espalda cerca de un rio de la finca San Mateo, por un piquete de soldados de la guardia nacional. El Gobernador de Chiapas se enteró del suceso del propio Zapata, del siguiente modo.

“Con motivo de que el dia de hoy caminaba yo a pie a causa de que en la hacienda de San Mateo no me fue posible encontrar bagaje, el presbítero D. Mariano Mejía a quien de orden superior conducía preso a Tehuantepec, aprovechándose de aquella oportunidad intentó fugarse al pasar un río que hay que atravesar; más como la tropa iba instruida por mí de lo que debía hacer en tales casos cumpliendo con mis órdenes le fuego en la carrera, dando por resultado el que quedarse muerto dicho padre en el campo”.[5]

La ejecución de Mejía cimbró a la región, tanto que, el Gobernador del Estado, Angel Albino Corzo, cuatro días después del asesinato, ordenó la detención de Feliciano Zapata y una investigación de los hechos “acumulándose a este expediente las comunicaciones que le fueron entregadas por el gobierno interróguense uno a uno sobre los motivos y demás circunstancias que a verificarlo dieron lugar, nombrando para este efecto para fiscal al oficial D. Vicente López,”[6]

Una vez practicadas las diligencias, el 02 de marzo, el oficial Vicente López rindió su informe al Gobernador de Chiapas, justificó el asesinato del Padre Mejía, en una obligación del Jefe de la escolta:

“La responsabilidad del jefe y escolta que conducía al que fue víctima, si bien se quiere por su propia voluntad pues que escapando montado en una mula y a toda carrera a la vez que sus custodias caminaba a pie, no basto a contenerse que le marcaran el alto, ni que le persiguiesen unos espacios, hasta que sin esperanza de alcanzarlo, el debe y la obligación de responder por él, lo colocó en el duro, pero preciso caso de hacerle fuego, como lo ejecutaron, haciéndolo caer espirante para morir después. Tal es lo que ha pasado”.[7]

Tras este informe del oficial Vicente López, el 5 de marzo de 1860, el gobernador Angel Albino Corzo ordenó la liberación de Feliciano Zapata y sus escoltas, no sin antes, reiterar que la muerte del cura se debía a que éste emprendió la fuga para burlarse y, “comprometer a sus custodios y quedar en aptitud de seguir conspirando como antes lo había hecho contra la causa de la legalidad”[8] . El caso fue sobreseído.

Sin embargo, a don Angel Albino Corzo, el asesinato de Mejía habría de costarle el descrédito por parte de sus detractores políticos como Julián Grajales, el guatemalteco Jaime Velasco y el periódico El Baluarte. Sobre el asunto, Corzo tuvo que dedicar diversas explicaciones en su “Segunda Reseña de Sucesos Ocurridos en Chiapas”, escrito en 1868.

Una versión, contada por Eraclio Zepeda Ramos, señala que, tras la muerte de Mariano Mejía, doña Juana María Zepeda ordenó a su hijo Manuel Heraclio, vengar la muerte de su padre.

Solemnemente le entregó el caballo, la escopeta y la espada del cura y le ordenó: “levántate en armas. Vete a matar a Contreras”. Mi abuelo la obedeció y entró en Pichucalco enarbolando la bandera republicana. Contreras al verse derrotado, salió huyendo a caballo y para protegerse las espaldas puso a su hijo menor sentado atrás de él. En un traspié del caballo el niño salió disparado y cayó en las hojas enormes de una planta que se llama capote. Contreras tenía lo que se llama “furia”, o sea, un mechón en la frente y todo lo demás calvo. Mi abuelo le disparó. La bala arrancó el mechón a Contreras y Eraclio volvió triunfal a la hacienda con la “furia” de Contreras en la punta del sable.[9]

Los descendientes del presbítero Mariano Mejía permanecieron en la región. La familia Everardo vivió en Ixtacomitán y luego en Pichucalco. Los Zepeda, algunos se asentaron en Ixhuatán y otros en Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal.

En 1892, la finca La Zacualpa terminó devastada por una tromba que azotó a la región y un siglo después, terminó en manos de campesinos que lo invadieron derivado de la irrupción zapatista de 1994. Hoy, el casco principal de la ex hacienda es una escuela primaria.



[1] PACHECO, Cristina. (2001).- Al pie de la letra. Fondo de Cultura Económica. México, DF. Pág. 154.

[2] Ibidem, pág. 154.

[3] CONACULTA. (1999). Catalogo Nacional de Monumentos Históricos Inmuebles del Estado de Chiapas. Tomo III. CONACULTA. México, DF. Pág. 436.

[4] POLA, Angel. (1906). Miscelánea, comunicados, respuestas, iniciativas, dictámenes, informes, brindis, etc de Benito Juárez. México, Pág. 329 y 330.

[5] CORZO, Angel Albino. Segunda Reseña de sucesos ocurridos en Chiapas. De 1847 a 1867. P. de T.F NEVE. Callejón del Espíritu Santo. 1868. Reimpresa por el Gobierno del Estado de Chiapas. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 1958-1964. Pág. 166.

[6] Ibidem. pág. 167.

[7] Ibidem. pág. 168.

[8] Op. Cit. Pág. 168.

[9] PACHECO, Cristina. Op. Cit. Pág. 155.

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jueves, diciembre 01, 2011

Una historia de San Bartolomé Solistahuacán en el siglo XIX: (Hoy Rayón)

San Bartolo Solistahuacán[1]
Por Emilio Rabasa E.


Cuesta arriba y por caminos que no labró la industria humana sino que abrieron y ahondaron el cacle del indio y la pezuña de la bestia, iba yo en un dia primaveral de 1880 acercándome al rancho llamado “Las Nubes” en el camino que va de Tuxtla Gutiérrez (Chis) a la capital de Tabasco, y el rancho justificó su nombre con una niebla blanquísima que me envolvió durante quince minutos dejándome empapado en agua.
Mi mozo y yo, caballeros en sendas mulas, íbamos, como he dicho, cuesta arriba porque en el trayecto de un Estado al otro se sube mucho por una sierra espléndida, para bajar después mucho más y llegar a los bajos de los campos fértiles y a veces pantanosos de las tierras tabasqueñas.
No me detendré a describir la extraordinaria belleza de la vegetación de aquel camino, en el cual acabamos de pasar por un bosque de helechos arborescentes de más de un kilómetro de largo y más de diez metros de alto; pero sí es del caso decir que yo me sentía, a pesar de mi fresca juventud y de mi hábito de caminante por las sierras, lleno de una nerviosidad en que se juntaban, para producirla, las bellezas incomparables de la naturaleza, los positivos riesgos del camino formado de escalones de piedra y lodo, a menudo con un precipicio que se ladeaba con dificultad; pero a esto había que añadir que habría yo de rendir la jornada en San Bartolo Solistahuacán[2], que no estaba ya muy distante y del que tenía yo una noticia capaz de preocupar al viajero más experimentado.
Sabía yo que San Bartolo era un pueblo de indios enteramente incultos que veían con malos ojos a los pasajeros blancos y era bien conocido en todo el centro del Estado la triste aventura de un viajero poco informado. Es el caso que un comerciante en pequeño de San Cristóbal las Casas don Onecíforo Baquerizo, a quien conocí, y que además de llevar ese nombre tenía en lo físico bien pronunciadas las líneas generales de Don Quijote, hubo de hacer noche en San Bartolo, se hospedó en el único alojamiento que los indios permitían, la casa municipal, y cuando tranquilamente tomaba su pobre cena fue sorprendido por los concejales que le aplicaron una paliza porque lo encontraron sentado en el sillón con brazos del Presidente del Ayuntamiento.
Don Onecíforo ignoraba la condición sagrada de la silla, desconocía los reglamentos consuetudinarios del pueblo y sufrió el castigo con la resignación que al fin y al cabo suele ser un consuelo.



Notas:

[1] Fragmento de “San Bartolo Solistahuacán” texto publicado en el diario “Excelsior”, los días 30 y 31 de diciembre de 1929, por Emilio Rabasa Estebanell, ex gobernador de Chiapas. Tomado de SERRA ROJAS, Andrés.(1969). Antología de Emilio Rabasa. Volúmen I. Ediciones Oasis. México DF. Pág.- 287-289.

[2] Pueblo zoque ubicado en la región norte de Chiapas, colindante a los municipios de Pueblo Nuevo Solistahuacán y Tapilula. Antiguamente se conocía al pueblo como San Bartolo, luego fue conocido como San Bartolomé Solistahuacán; con la política anticlerical predominante en el siglo XX, el nombre del municipio fue cambiado por el de Rayón. Es conocido por la Selva Negra, reserva que durante la mayor parte del año se cubre con una espesa neblina.

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